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Casas malditas en el celuloide

En septiembre de 2015, daba comienzo el rodaje de una de las películas de terror más esperadas de 2016: la secuela del título “Expediente Warren”, y del modo más polémico. New Line Cinema, productora de la misma, publicó en las redes sociales una fotografía en donde un sacerdote bendecía el set de rodaje y a sus participantes. Era el modo de asegurar un buen inicio alejado de posibles fenómenos paranormales, como había sucedido en el título original, y en su precuela “Annabelle”, en donde el director de ésta última, John R. Leonetti, afirmaba haber visto una huella demoníaca de tres dedos en la ventana de una de las habitaciones, o haberse registrado accidentes en el plató, como la caída de una lámpara en la cabeza de uno de los actores.

Fotografía del momento en el que un sacerdote bendice el set de rodaje «Expediente Warren: El caso Enfield»

Casualidad o no, la actriz Vera Farmiga, quien interpreta a Lorraine Warren en la pantalla, halló unas huellas en su ordenador portátil de origen desconocido mientras estudiaba el guión de “Expediente Warren: The conjuring”, y, más tarde, en una de sus piernas al despertar un día.

Todo esto parece, como dicen muchos, publicidad para la película, pero ¿cómo no actuar con cierto temor y cautela ante rodajes basados en hechos reales tan intensos, como el poltergeist de Enfield?

Lugares infectados

Shirley Jackson exponía en su obra “La maldición de Hill House” que algunas casas nacen malditas. Algunos rodajes, también. En especial, aquellos que parecen estar centrados en temas sobrenaturales, con entidades demoníacas de por medio o el mismísimo diablo. Y si además éstos están inspirados en casos reales, existe una predisposición (o predestinación, si se prefiere)­ a que los problemas surjan.

Así sucedió con “Expediente Warren: The conjuring”. La historia original se centraba en la familia Perron, un matrimonio con cinco hijas que, en la década de los 70, había comprado una antigua casa en el 1677 de Round Top Road, en Harrisville, Rhode Island. Desde el mismo instante en que se instalaron, entidades que campaban por cada recoveco de la casa se les presentaron (un alto número, al parecer. Hay que pensar que unas ocho generaciones habían vivido en aquel inmueble): algunos más activos, otros bastante sólidos, hasta el punto de poder interactuar con ellos, mientras otros parecían no prestarles ninguna atención, como si fuesen el resultado de una proyección cinematográfica. Todo bien al principio, hasta que los fenómenos se volvieron más violentos, teniendo que recurrir al matrimonio Warren, Ed y Lorraine, afamados investigadores de lo sobrenatural.

Una foto del siglo de XIX de la casa en la que vivió la familia Perron

Tras una de las sesiones espiritistas que allí se practicaron, una presencia maligna, realmente perversa, despertó, o destacó sobre las demás. Al parecer, se trataba del espíritu de una bruja, llamada Betsabé (Bathsheba en la película, como el personaje bíblico), conocida por la gente de la zona por sacrificar a un bebé en nombre del diablo y por ser artífice de varios asesinatos y suicidios aparentes, aunque no se pudo demostrar en su día, y que falleció en la finca de una extraña parálisis, ya anciana, en 1885. Un ente violento con fijación sobre Carolyn, la madre de la familia, a quien acosaba por las noches y que actuaba de un modo defensivo hacia la casa, al considerarse única dueña de ésta.

La película del director James Wan tiene, como espectro principal, a Bathsheba, a la que los Warren consiguen expulsar mediante un duro exorcismo, cosa que no lograron hacer en la realidad. Aunque, por cómo cuenta el equipo de rodaje, ésta pudo estar presente durante la filmación. Esta idea surge, independientemente de pequeños incidentes que padecieron y que pueden ser frecuentes en grabaciones de este tipo, donde la sugestión juega un papel importante, porque Betsabé pudo ir directamente a por Carolyn: toda la familia Perron, excepto ella, decidió acudir al set de rodaje, y la mujer sufrió un pequeño accidente, acabando en el hospital. Pero no quedó ahí la cosa: como si se hubiese sentido ofendida por cuál era el final que le esperaba en la película, el hotel en donde se alojaba el equipo se incendió, obligándolos a desalojarlo.

Edificios que se convierten en iconos

Los Perron abandonaron la casa en los 80, y los posteriores dueños, Norma Sutcliffe y Gerry Gelfrich, un matrimonio septuagenario, confirmaron ciertos fenómenos, pero nada tan intenso. El problema real acabó llegando después, y fuera de la casa: gracias al éxito de la película, las visitas de los curiosos eran frecuentes, hasta el punto en el que querían entrar en la vivienda e investigarla. Los siguientes propietarios, Jenn y Cory Heinzen, supieron explotar esto, desde que la adquirieron en 2019, alquilando la propiedad para poder realizar investigaciones paranormales en su interior, hasta que, recientemente, fue de nuevo vendida por más de un millón y medio de dólares.

El principal inconveniente, cuando las películas son capaces de adquirir la cualidad de icónicas y se ruedan en localizaciones reales, es que éstas puedan heredar la misma extraña fama. Ha sucedido, por ejemplo, con el edificio Cedimatexsa, en el número 34 de Rambla de Cataluña, Barcelona, en donde se rodaron dos (y el inicio de otra) de las cuatro partes de la saga de terror “REC”, y donde se sabe que la gente intenta colarse en busca del ático de la niña Medeiros. Pero uno de los más visitados (desde el exterior, claro) es el edificio Dakota, en Nueva York, conocido no sólo por el asesinato a sus puertas del cantante y compositor John Lennon, tiroteado por el fanático Mark David Chapman, sino por ser lugar de nacimiento del Anticristo en la película de Roman Polanski, “La semilla del diablo”. ¿Es posible que éste escogiera esta construcción, tan elegante como sombría, conociendo toda la oscura historia que aloja entre sus paredes?

Una de las fachadas del edificio Dakota

Construido en 1884, se podría decir que fue un capricho de Edward S. Clark, propietario de la compañía de máquinas de coser “Singer”, para la clase burguesa, un edificio exclusivo a las afueras, en aquella época, de Manhattan, una zona aún sin construir que lo convertía en un punto exclusivo, pero por poco tiempo, debido a la rápida expansión de la ciudad. Clark jamás llegó a habitar en el Dakota, pues falleció antes de concluir la construcción, pero eso no ha impedido que algunos inquilinos lo hayan visto en el sótano. Y no es la única presencia, además de la de John Lennon. Tal vez los responsables de esto fuesen el actor Boris Karloff o el mago negro Alesteir Crowley, antiguos habitantes y cuyas sesiones espiritistas eran muy renombradas, y efectivas. Puede que en una de éstas despertaran algo, como sucedió con los Warren en la casa de los Perron, o abrieron un portal, porque es a partir de los años sesenta cuando se conocen noticias de apariciones fantasmales, siendo la primera la de una niña pequeña, de ropajes antiguos y cabello rubio, así como pisos que parecían adquirir, por segundos, el aspecto de décadas pasadas, y pequeños fenómenos poltergeist.

Habitación 217

En ocasiones, un retiro en un hotel puede servir de inspiración para crear una de las mejores novelas de terror publicadas y, a su vez, ésta servir para forjar un clásico del cine.

Eso le sucedió al escritor Stephen King.

En 1973, el autor de best Sellers, como “Carrie” o “It”, y su esposa, Tabitha, se alojaron por una noche, la última de la temporada, en el hotel de montaña Stanley, en el Estes Park, Colorado. Eran los únicos huéspedes, así que King pudo recorrer los largos y laberínticos pasillos con total libertad, mientras su mente iba trazando el argumento para su futuro libro: “El resplandor”. En alguno de estos tramos, una de las leyendas narra que se encontró con el espectro de unos niños, y, en otra, que se encontró en medio, en aquella noche interminable, de una fiesta fantasmal, con huéspedes del pasado, en el salón de baile MacGregor. Pero lo que más pudo influir en la creación de la novela fue la habitación en la que se alojaba, la 217 (en el libro, pasa a ser la 237), en donde ruidos desconocidos, y alguna que otra presencia, no permitieron que descansara demasiado bien. Y es que ese dormitorio es el punto más caliente, con mayor actividad, y el más solicitado en las reservas.

El Stanley Hotel, al inicio del siglo XX

Poco después de la inauguración del Stanley Hotel en 1909, en el año 1911, una ama de casa, llamada Elizabeth Wilson, recibió, en la habitación 217, una descarga durante una tormenta eléctrica y, aunque ésta no la mató, parece que fue un factor más que probable de inicio para toda una serie de fenómenos que han seguido hasta el día de hoy.

La cosa no queda ahí: otras anomalías de difícil explicación afectan a varios dormitorios, como movimientos de objetos y alteraciones en el sistema eléctrico, y correteos sin dueño y risas infantiles en la cuarta planta.

Con el éxito de la novela y la película de Stanley Kubrick (una adaptación muy libre que desagradó a King), y una miniserie que sí fue rodada en el edificio original, el Stanley Hotel ha sabido explotar de un modo comercial su fama de embrujado. Desde fiestas temáticas a visitas guiadas por un investigador de lo sobrenatural y una psíquica en busca de fantasmas, a la reconversión en museo y plató cinematográfico.

Fotograma de la película «El resplandor»

Un palacete asturiano

En nuestro país también hay rodajes perturbadores. Un ejemplo es el de “La campana del Infierno”, filmada en 1973, una película cuyo argumento giraba en torno a una venganza familiar. Uno de los escenarios era la iglesia de San Martiño de Noia, en A Coruña, un edificio del siglo XV compuesto por dos torres, una de ellas inacabada, y con una leyenda sobre ésta: aquél que la complete, morirá de forma trágica. Y así fue: Claudio Guerín, el director, llenó este vacío arquitectónico con una construcción de cartón piedra, desde la que cayó en una de las tomas, muriendo minutos después. Juan Antonio Bardem tomó el relevo de la dirección. Otro ejemplo, este un tanto diferente, está “Los sin nombre”, en donde, según confirmó su director, Jaume Balagueró, en una entrevista para televisión, una figura que nadie vio durante una toma, que se filmaba en el Hospital del Tórax de Terrassa, se coló en ésta. Pero si hablamos de película sobre fantasmas, deberíamos trasladarnos hacia Llanes, en Asturias. Allí se levanta un palacio de estilo indiano, en donde se rodó parte de la ópera prima de J.A. Bayona, “El orfanato”.

Villa Parres, fechada en 1898, propiedad del filántropo José Parres Piñera, quien falleció un año después de la construcción, fue orfanato, hospital militar y, finalmente, escenario de varias películas, como “Mi nombre es sombra”, de Gonzalo Suárez, pero parece que es con la película de Bayona cuando los moradores de la casa decidieron destacar. Ruidos extraños que se colaban en las tomas de sonido, pasos que se escuchaban en pisos superiores cuando estaban vacíos, rostros fantasmales visibles tras las ventanas del torreón principal, inaccesible… aunque nada desagradable que llegara a turbar el trabajo del reparto y el equipo.

Jiko bukken

El cine oriental es prolífico en lo que se refiere a películas de fantasmas. ¿Quién no recuerda al espectro de Kayako descendiendo por la escalera en “Ju-on”, o a Sadako trepando por el pozo en “The ring”? Es sabido que muchos de estos rodajes inician con la bendición previa por parte de un monje o se rodean de amuletos y rituales para alejar la mala suerte, y no es de extrañar, si nos centramos en la mala fama que tienen muchos fantasmas, como los vengativos onryō y la huella que dejan en muchos inmuebles. De ahí que las inmobiliarias japonesas, para cubrirse las espaldas ante la alta demanda de viviendas, dispongan de los llamados jiko bukken (edificios suceso), en donde los precios pueden abaratarse hasta un cincuenta por ciento por la presencia de un yūrei.

Fotograma de la película «Ju on»

Muchos de los temas tratados en este artículo se tratan con mayor amplitud en los libros “Anatomía de las casas encantadas” y “Espiritismo digital”.

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