«Nos pasamos el uno de enero recorriendo nuestras vidas, habitación por habitación, elaborando una lista de cosas por hacer, de grietas por arreglar. Tal vez este año, para equilibrar la lista, deberíamos recorrer las habitaciones de nuestras vidas… no en busca de defectos, sino de potencial»
Ellen Goodman
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Una noticia para finalizar el año
En este 2022, he hecho varios cambios en mi vida a nivel profesional que, sin duda, repercutirán en mi futuro, pero creo que no de un modo negativo. Soy una persona muy reservada y no me gusta anunciar nada hasta que llega el momento de hacerlo, es decir, cuando la fecha está muy cerca, pero sí puedo avanzar que se acercan cosas interesantes para el próximo año. Lo que sí me gustaría anunciar, porque YA ESTÁ AQUÍ, es la nueva edición de «Espiritismo digital», que acaba de ser publicada para Colombia gracias a Editorial Planeta. Ya que tenemos la Navidad a la vuelta de la esquina, ¿no sería un buen regalo? De antemano, amigos de Colombia, gracias por acoger «Espiritismo digital« en vuestros hogares 😄
Especial Halloween: Bunnyman
Año 1904. El Asilo Mental para Criminales de Clifton, en el condado de Fairfax, Virginia, cierra las puertas por la mala reputación que ha ganado y por las múltiples quejas de los ciudadanos, que no quieren vivir con el temor de que algún preso escape y pueda causarles daño.
Los presos tienen que ser trasladados a otros centros cercanos, pero el transporte que los lleva sufre un extraño accidente. Al acudir las autoridades, descubren que el conductor ha fallecido, al igual que la mayoría de los presos, pero al comprobar la lista, descubren que diez de ellos han debido de escapar tras el incidente. Después de una batida en la que participan todos los agentes de Clifton, junto a algunos voluntarios, detienen a ocho reos, quedando sólo dos sin encontrar: Douglas J. Grifon y Marcus A. Wallster, siendo el primero un peligroso asesino, responsable de haber matado a su propia familia.
Pasan los días sin dar con ellos, sin embargo, los habitantes reportan algo extraño y tétrico: se encuentran varios conejos despellejados, colgados en los árboles del bosque, algunos parcialmente comidos. Ante todas las denuncias que llegan, las autoridades deciden volver a buscar, hallando el cadáver de Wallster bajo el paso elevado de Colchester.
Por un error del propio Grifon, la noche del treinta y uno de octubre, éste es localizado y perseguido. Tratando de escapar, cruza las vías del ferrocarril, muy cerca de donde se produjo el accidente de autobús, y es atropellado por la locomotora, aunque parece que una serie de risas inunda el lugar cuando el tren sigue su trayecto.
Desde entonces, se dice que, durante los días previos a Halloween, y en éste también, un hombre vestido de conejo y armado con un hacha acecha por la zona, además de que se encuentran conejos despellejados colgados de los árboles.
Una aparición
Desde muy pequeño, me encanta Halloween. Aunque a nuestro país ha tardado en llegar, y lo que celebraba en sí era la Castanyada, siempre lo he ligado con el terror, tal vez directamente gracias a la película de John Carpenter “La noche de Halloween”. Por estas fechas, iba al videoclub de delante de casa, alquilaba unos VHS y me hinchaba a palomitas de sartén, castañas y gominolas. Pero, de más adulto, empezaron a llegarme algunas historias de terror, contadas entre amigos, que me atraían tanto como las películas, tal vez por ese deseo que jamás oculté de ser escritor. Una de éstas fue la leyenda de un asesino en serie que actuaba en la misma época del año que Michael Myers, Bunnyman, el “Hombre Conejo”, y que extendía su ola de crímenes hasta un siglo más tarde. ¿Un copycat o el fantasma de Douglas J. Grifon?
El historiador y archivista de la Biblioteca pública de Fairfax, Brian A. Conley, ha indagado en los posibles orígenes de esta historia y en ciertos hechos acaecidos en la década de los 70 y 80. Al parecer, se decía que este criminal podía estar detrás de varias desapariciones infantiles en el condado en las últimas décadas, incluyendo el asesinato de dos de estos niños, colgados de un puente… Sólo algo para alimentar la leyenda, donde antes de la década de los 80 pocas veces se comentaba que se hubiera producido crimen alguno. No es hasta ese momento que se llegan a mencionar hasta más de una treintena de crímenes, y donde se incluyen elementos de carácter paranormal para convertir el relato en algo aún más aterrador.
La investigación de Conley lo llevó a descubrir que, el veintinueve de octubre de 1970, seis agentes de policía se personaron ante el aviso de que alguien vestido de conejo, armado con un hacha, merodeaba por el 5307 de Guinea Road, en Fairfax, aunque no encontraron a nadie. A pesar de haber la declaración de un testigo que tuvo contacto directo con Bunnyman, junto con la denuncia de varios niños que lo habían visto, y al que describían como un adolescente, no se arrestó a nadie.
¿Una noticia falsa?
Días antes del anterior suceso, el dieciocho de octubre, el diario Washington Post publica un artículo sobre el incidente que vive una pareja en su coche, Robert Bennet y su prometida, en el 5400 de Guinea Road, a la medianoche. Se supone que, en algún momento de intimidad entre ellos, aparece un vehículo conducido por una persona vestida con un traje de conejo blanco, que los amenaza por estar en una propiedad privada y, directamente, lanza un hacha desde el interior por la ventana, sin causar víctimas.
No hay informes policiales al respecto, cosa que sí ocurre con el incidente del veintinueve de octubre, publicado también por el mismo periódico, aunque sólo esté basado en una serie de testimonios y no en pruebas físicas. ¿Histeria colectiva?
La leyenda continúa
Durante la investigación de Conley, éste no encontró en ningún listado ni informe los nombres de los criminales fugados en la historia original, Wallster y Grifon, además de desmontar otros detalles de la leyenda urbana, restándole toda credibilidad. Aun así, Bunnyman continúa haciendo apariciones periódicas hasta nuestros días, y ciertos hechos fatídicos reales no dejan de hacer que el imaginario colectivo se encargue de relacionarlos con el mito. Por ejemplo, en el año 2018, el cadáver de un residente de la zona, el señor Cooker, se halló en el 6500 de Colchester Road, a menos de un kilómetro del puente que forma parte de la leyenda, y no se pudo evitar hacer mención, por parte de uno de los policías que llevaron el caso, el hecho de que sucediera en un lugar tan vinculado a Bunnyman.
Una ubicación real
Lo que le da más veracidad a una historia (incluso a una claramente de ficción) es ubicarla en un lugar real, y aunque jamás existió un Asilo Mental para Criminales en Clifton, y no se abrió la prisión de Lorton hasta doce años más tarde de la fecha en la que se sitúa la historia, el lugar donde aparecería el cadáver de Marcus A. Wallster sí es el real, aunque tampoco coincide con la fecha del relato, pues se construyó en 1906. Este lugar, cercano a la estación ferroviaria de Sangster, el Colchester Overpass, es conocido popularmente como el “Bunnyman Bridge”, el puente del Hombre Conejo.
Debido a la fama del paso inferior, los amantes del misterio y lo paranormal han hecho de éste un punto importante de investigación, teniendo especial afluencia la noche de Halloween, lo que lleva a la policía local a aumentar la vigilancia en estas fechas.
Espero que, si no conocías la leyenda de Bunnyman, te haya atraído tanto como a mí. ¡Que disfrutes de esta Noche de Difuntos! ¡Feliz Halloween!
¿Miedo? Sí, gracias
El camino es tortuoso, una combinación de sombras que se arrastran y mutan en pos de ella. El miedo la está fatigando. Apenas queda fuerza en sus piernas para seguir corriendo, y la última dosis de adrenalina que ha segregado su cuerpo se ha perdido por el pantalón, humedecido por la orina. Mira hacia atrás. Los jadeos la siguen, y la atraparán en pocos segundos. Pero no ve la mano que espera ante ella para cerrarse en su garganta.
¡Mierda! Son las dos de la madrugada, y sólo te quedan cuatro horas para levantarte de la cama e ir a trabajar. Pero el capítulo se ha acabado aquí, y te pica la curiosidad por si matan a la chica. Pero tienes que dormir. Apagas la luz, y comienza tu propia historia de miedo. Los crujidos de la casa se acrecientan, la oscuridad del dormitorio cobra vida, y te parece que una silueta pasa fugaz ante la escasa luminosidad que se filtra a través de las ranuras de la persiana. Te cubres la cabeza con la sábana como si fuese la armadura más poderosa del mundo, pero entonces recuerdas que aquel fantasma de la película “The Grudge” espera bajo éstas para arrastrarte en cualquier momento a las profundidades de su mundo espectral. Aún así, tanto si has conseguido dormirte como si no, al día siguiente volverás a engancharte a esa novela para saber qué le sucede a la protagonista.
Todos somos así, a pesar de que algunos lo nieguen. El miedo, la tensión, en un estado controlado, nos hace sentir bien, ya sea con una novela, una película, una atracción o practicando algún deporte de riesgo, y tiene una explicación química. Por ejemplo, nos metemos en el papel de la chica antes mencionada, tratamos de visualizar lo que le está ocurriendo o, peor, lo que seguramente le sucederá. Entonces, en lo más recóndito de nuestro cerebro, en una pequeña piececita llamada amígdala, recibimos una oleada de sangre por esta reacción angustiante, como modo de alerta. A su vez, entra en acción la corteza prefrontal, que valora el ambiente, avisándonos que todo es ficticio, lo que provoca una auténtica sensación de placer, como un orgasmo (bueno, no tan exagerado).
Pero hablando de la gente que niega que, a veces, les guste pasar miedo, podemos encontrar a aquellos que aseguran que jamás leen terror, que lo consideran un género mundano y sin talento. “Lectura para mindundis y fracasados con aspiraciones”, me llegaron a decir en una ocasión. Lo gracioso es ver que entre los grandes clásicos que lucen con orgullo en sus estanterías, puedes encontrar obras de Poe y, en algunos casos, de Lovecraft. “Son autores universales”, utilizan como justificación, pero resulta que, para ellos, no es terror. Me gustaría ver cómo reaccionarían si fueran enterrados vivos, tuvieran que sobrevivir al ataque de unas ratas hambrientas, o a un ser venido del espacio exterior con no muy buenas intenciones. Si para ellos eso no es terror, ya me dirán qué lo es (y la crisis no me sirve). Y, peor aún, si se les diera la oportunidad de vivir cien o doscientos años más, me jugaría un brazo a que entre su nueva colección de clásicos se encontraría alguna obra de Stephen King.
“Es un autor universal”.
Lo curioso de todo esto es que el terror vende, pero no tanto el nacional. Mientras en otros países publican a autores autóctonos, en España todavía se apuesta más por los extranjeros. ¿Significa eso que no existe la calidad suficiente en nuestro país como para tener que recurrir a otros? Rotundamente, no. Hay autores muy buenos, textos magníficos, pero falta que las editoriales se atrevan a apostar un poco más.
Digan lo que digan, esté bien visto o no, seguiré siendo amante del terror, leyendo con mi fiel lámpara una buena historia durante la noche, aquella que consiga que, por un solo instante, levante la mirada por encima del libro para buscar un fantasma que, sólo en mi mente, me estará observando.
Capítulo 4: Conejo
Han pasado unas semanas desde que subí el capítulo 3 de esta historia. Si leíste éste, tal vez recuerdes que Nando estaba siendo perseguido por un enorme perro, pero algo en la hierba alta se acababa interponiendo, tomando el relevo para dar caza a nuestro periodista. ¿Quieres saber qué le ha pasado? ¡Pues aquí llega el capítulo 4! 🙂
El talón del periodista, quien sigue reculando, tropieza con un tronco cortado y cae de culo sobre la tierra pedregosa. El surco abierto en la hierba sigue hacia él… y lo que surge lo deja con la boca abierta. «Menudo cagado», se autoflagela, sonriendo. Allí, a no más de un metro de sus pies, un conejo de pelaje marrón lo observa con ojos negros, brillantes y redondos. El animal mueve la nariz, pequeña y rosada; da un pequeño salto para acercársele.
El estruendo de una detonación lo pilla por sorpresa, encogiéndose con un alarido. La cabeza del conejo ha quedado reducida a un amasijo de carne, pelo, tierra y plomo. Sólo una oreja ha sobrevivido. El cañón de la escopeta humea en la mano de un hombre, quien ahora estudia a Nando con un ojo entrecerrado.
—¿Quién carallo eres?
—Se… se lo ha cargado —balbucea. Un ligero pitido se ha instalado en los oídos por unos segundos.
—Esas alimañas son peores que los lobos. —Le ofrece la mano—. Anda, levanta y pasa. Parece que hayas visto al demonio.
—Gracias, me irá bien.
El extraño, con el arma al hombro, agarra al cadáver por las patas traseras. La sangre deja un rastro en el suelo. Dentro, lo tira a un balde metálico. La cocina de leña está encendida, llenándolo todo de un intenso olor a madera quemada. Varias pieles cuelgan de una de las paredes. Son de zorro y lobo, o eso intuye, porque les falta la cabeza. Coge un par de vasos de una vitrina de madera verde y los deja sobre la piedra blanca de la encimera, llenándolos de una bebida translúcida, que está seguro que no es agua. Con un gesto de barbilla, le indica el banco de madera para que tome asiento.
—Tú no eres de por aquí —dice, dando un tiento—. Tienes pinta de señorito de ciudad.
—A ver, de ciudad sí, pero lo otro… Si apenas llego a final de mes.
—Pues lo pareces, con ese pañuelo en el cuello y los pantalones de pitiminí.
«No me ha costado ni treinta euros todo. ¿Cómo puede creer que soy pijo? Si viera a Pelayo, ¿qué opinaría? Ese sí que es marqués, el muy cabrón». Da un trago sin pararse ni a comprobar qué es esa bebida. Inmediatamente, en cuanto se desliza ésta por la lengua, una quemazón le recorre el gaznate, reaccionando con un ataque de tos y un estremecimiento que le ha hecho sacudir la cabeza.
—Venga, rapaz, que es de los suaves —sonríe el hombre, rellenando el vaso—. Por cierto, soy Ernesto Carreiro.
—Nando… —pronuncia con la voz rasgada por el orujo—. Nando Martín.
—Y ¿qué haces por aquí? Pinta de peregrino no tienes.
—Escapar de un perro.
—Más bien parecía un conejo. Perro no vi.
—Pues bien que he corrido. Un perrazo negro. He tenido que dejar la maleta en la carretera… ¡Mierda, la maleta!
—Tranquilo, que nadie te la roba. ¿Eres turista, entonces?
—Periodista.
—Otro que viene a escribir sobre el Camino de Santiago. —Un nuevo lingotazo cuela por su garganta—. Anda que no aburre ya el asunto.
—No, nada de eso. Estoy aquí para investigar la casa Armesto. ¿La conoce?
Carreiro no responde. Ha quedado mudo al instante. Los ojos han tomado una expresión entre desconfiada y hostil. Apura el aguardiente.
—Coge la maleta y regresa a tu vida de señorito de capital. No has perdido nada en este lugar.
—Pero…
—Es el consejo que te puedo dar. Ese sitio no tiene nada bueno.
—¿Podría explicarme…?
—¡No hay nada que explicar, coño! ¡Que te marches o…!
Calla, y esta vez es por otro motivo. Es apenas audible, pero un sonido amortiguado se ha impuesto. El hombre traga saliva copiosamente, llevando la mirada hacia el barreño. Un conejo blanco, tan grande como el que ha liquidado, tiene las patas delanteras apoyadas en éste. Vuelve la cabeza hacia ellos, los ojos brillantes, rojos como la sangre que ensucia el hocico, el cual se abre y cierra con una porción de carne entre los dientes.
Entonces grita. Y ese sonido estremece a Nando y a Ernesto, porque es un alarido terriblemente humano: el de un niño.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
¡FELIZ NAVIDAD!
Presentación de «Espiritismo digital»
Hablando sobre los Warren
«Espiritismo digital», en «Bibliotren»
Si hace una tiempo compartía la entrevista que tuve en «Bibliotren» con COVI SÁNCHEZ en relación a «Snuff», hoy os traigo el audio a la que me ha realizado sobre «Espiritismo digital». Ahí os lo dejo.